Las posibilidades de los ejercicios de la memoria sobre violencia sexual en el marco del conflicto armado colombiano
Por: Paula Natalia Rincón Chitiva (pn.rincon10@uniandes.edu.co)
El 2 de agosto del presente año, tres organizaciones de mujeres (Red de Mujeres Víctimas y Profesionales, Mesa Nacional de Víctimas y No es hora de callar) hicieron entrega a la JEP de 2000 casos documentados de violencia sexual[1]. Estos casos recogen el trabajo de varios años de estas organizaciones en su esfuerzo por brindar a las mujeres víctimas de violencia sexual acceso a la justicia, por garantizar sus derechos y por encontrar caminos de reparación que permitan a estas mujeres encontrar nuevas posibilidades de acción y resignificar su pasado para emprender acciones de lucha frente a un contexto en el que aún el cuerpo de las mujeres se vuelve frecuentemente objeto de lucha, violencia y guerra. Vale la pena precisar algunos aspectos frente a este delito que ha afectado diferencialmente la vida de las mujeres durante décadas de conflicto armado para, además de entender la importancia de lo sucedido el 2 de agosto, mostrar algunos caminos de memoria y acción desde el trabajo particular del Grupo Las Troyanas (iniciativa estudiantil de la Universidad de los Andes que a partir de la escritura creativa busca visibilizar la problemática de la violencia sexual en el conflicto armado en Colombia).
En primer lugar, pensar la violencia sexual desde la perspectiva del continuum de violencias planteada por teóricas feministas como Caroline O. Moser[2] permite pensar que las mujeres son victimas de múltiples violencias tanto en tiempos de guerra como en tiempos de paz, producto de estructuras de poder de dominio patriarcal que se exacerban en el conflicto, pero estaban ya presentes en el territorio. A partir de esta óptica, la violencia sexual en el país permite dar cuenta de una serie de vulneraciones ejercidas sobre las mujeres (violencia doméstica, intrafamiliar, sexual) que preceden al hecho de violencia sexual cometido por actores del conflicto. A partir de esto, como lo muestra el informe realizado por la Comisión de Verdad y Memoria de Mujeres Colombianas[3], el continuum de violencias en el caso particular de Colombia se manifiesta en el hecho de que las “mujeres víctimas de los actores del conflicto armado son, de manera simultánea, o a lo largo de sus vidas, víctimas del control y la violencia física o psicológica de sus compañeros en el espacio doméstico, o en las relaciones afectivas”.
Sin embargo, esta estructura teórica del continuum de violencias no permite reconocer de manera tan clara un segundo factor implicado en la problemática de violencia sexual en el país: las condiciones económicas y sociales que hacen que ciertos grupos de mujeres se encuentren en un alto porcentaje de riesgo de violencia sexual más que otras. Por ejemplo, en la Encuesta de Prevalencia de Violencia Sexual en contra de las mujeres en el contexto del conflicto armado colombiano 2010-2015[4], una de las conclusiones es que “las mujeres negras que oscilan entre los 15 y los 24 años y que residen en el estrato socioeconómico 1, se encuentran más expuestas a ser víctimas de violencia sexual que otras mujeres de otro origen étnico, otros rangos de edad y otros estratos socioeconómicos”. De acuerdo con estas observaciones, resulta más adecuado pensar, además de la idea del continuum de violencias, en el concepto de interseccionalidad de vulnerabilidades difundido por autoras como K. Crenshaw[5] para explicar la situación particular de grupos de mujeres en las que, además de una estructura de dominio patriarcal, su origen racial, condición socioeconómica y lugar de residencia las ubica en un contexto altamente expuesto a diferentes violencias y en el que pueden ser víctimas de violencia sexual mucho más que mujeres con otras condiciones.
Por todo lo anterior, hablar sobre violencia sexual en el país permite reconocer que, si bien se trata de un problema con unas consecuencias concretas e inmediatas, su relación con las estructuras sociales y políticas revelan la profundidad de su inserción en la vida diaria y en el porvenir de las mujeres. Es por esto que resulta interesante pensar en las posibilidades de los ejercicios e iniciativas de memoria y acción frente a este problema, pues algunos de estos nos permiten incidir en las dinámicas que la reproducen, reevaluar los modos en que opera y abrir el camino para un cambio. Sin embargo, no todo ejercicio de memoria puede tener esta capacidad de comprensión y transformación, pues, como muestra Nietzsche, una aproximación que se pretende objetiva e imparcial y pretende establecer una versión única de lo sucedido resulta muy problemática, pues implica imponer como verdadera una de las múltiples versiones de la historia. Así mismo, este tipo de perspectivas pierden de vista que todo intento por establecer una memoria parte desde una cierta situacionalidad en el presente, y por lo tanto, tiene siempre consecuencias en el futuro, así como pueden suponer cierta exclusión de unos actores y sus versiones, también puede alentar a la acción en tanto propone una visión transformadora del pasado que posibilite y aliente al presente.
Por otro lado, la teórica política Hannah Arendt brinda también algunas herramientas importantes para pensar en los ejercicios de memoria, pues en su argumentación sobre los orígenes del totalitarismo muestra, entre otras cosas, que la verdad histórica es tan múltiple y compleja que se resiste a ser capturada en su totalidad en un único intento de comprender lo sucedido. De esta manera, la autora plantea que todo intento de hacer historia constituye una narrativa en la cual se cristaliza sobre todo un intento por dar sentido a ciertas experiencias, pero que no debe ubicarse en un esquema de necesidad (pensar que todo responde a una lógica causas-efectos), sino que debe suponer una experiencia imaginativa y de reconocimiento de la pluralidad, además de un ejercicio de creación y reflexión, lo cual se da, por ejemplo, en la escritura literaria. Así, estos dos autores permiten mostrar que los ejercicios de memoria a partir de las artes, en primer lugar, reconocen su carácter situado y no se pretenden como versiones únicas de la historia, pues dan cabida a la multiplicidad de voces y permiten así dotar de mayor profundidad, en este caso, la problemática de la violencia sexual. Además de esto, en tanto construcción de narrativas, realizan siempre un trabajo creativo en la forma en que dan sentido a la experiencia de la cual hacen memoria, pues apelan a otros lenguajes, otras formas de representación, y no al lenguaje académico que resulta a veces tan lejano e inapropiado para hablar de experiencias profundamente personales y con una significación afectiva importante.
Hacer memoria: leer, escribir, estudiar, escuchar, contar y narrar las historias de las mujeres víctimas sería entonces un acto no sólo subjetivo y abstracto sino material, inmediato y con una gran capacidad transformadora. Intentar dar sentido a una experiencia que fractura la vida de las mujeres que son víctimas a partir de la escritura, aunque sea una experiencia ajena, supone hacer pasar por el propio cuerpo una serie de violencias y reconocer desde una situación específica la complejidad de la violencia sexual. Como señala Judith Butler en sus reflexiones sobre la vulnerabilidad[6], es importante hacer memoria de las formas en que unos cuerpos han sido considerados más vulnerables para así mostrar que todos en principio somos vulnerables, y que, bajo ciertas condiciones de la vida social actual, unos cuerpos dejan de importar y pueden ser violentados sin consecuencias. Así, más allá de pensar esta como una característica exclusivamente femenina, es fundamental reconocer que todos somos vulnerables en tanto somos todos susceptibles de daño y necesitamos de ciertas estructuras sociales para nuestra supervivencia y para llevar una vida digna. Las vidas de muchas de las mujeres víctimas de violencia sexual son especialmente vulnerables porque no tienen acceso a estas estructuras, y por ende, la problemática de la violencia sexual en Colombia no se explica solo por una estructura patriarcal dominante en la sociedad, implica también una presencia diferenciada del estado en ciertos territorios, una dificultad de acceso a ciertas condiciones de protección y de justicia, una profunda desigualdad económica, y otros factores presentes de maneras diversas en cada historia de las víctimas. Así, el ejercicio de escritura creativa realizado en el Grupo Las Troyanas permite, desde una posición particular, movilizar el lenguaje para mostrar la particularidad de estas historias, los múltiples factores que convergen en ella, y muchas de las cuestiones que están en juego hoy para emprender acciones de reparación, justicia y acción frente a la violencia sexual que ha tenido lugar en el marco del conflicto armado en el país.
Las reflexiones presentadas en este texto se desarrollarán más ampliamente en la conferencia “Troyanas: reconfiguraciones y diálogo sobre lo que se resiste a ser nombrado” en el marco de la 12a Fiesta del Libro y la Cultura “Las formas de la memoria”.
[1] Véase https://colombia2020.elespectador.com/jep/2000-casos-de-violencia-sexual-durante-el-conflicto-ya-estan-en-manos-de-la-justicia
[2] Moser, C. O. (2001). The gendered continuum of violence and conflict: An operational framework.
[3] Véase https://www.rutapacifica.org.co/descargue-los-libros/79-tomo-i-tomo-ii-y-resumen-ejecutivo
[4] Véase https://reliefweb.int/report/colombia/encuesta-de-prevalencia-de-violencia-sexual-en-contra-de-las-mujeres-en-el-contexto
[5] Crenshaw, K. (1989). Demarginalizing the intersection of race and sex: A black feminist critique of antidiscrimination doctrine, feminist theory and antiracist politics. U. Chi. Legal F., 139.
[6] Butler, J. (2017). Vulnerabilidad corporal, coalición y la política de la calle. Nómadas, (46), 13-29.
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