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RELATOS DE LAS TROYANAS: CÓMO RESPIRAR BAJO EL AGUA

Troyanas no ha parado de crecer ni de construirse desde sus inicios. Por una parte, porque escribir y trabajar con personas siempre es aprender. Por otra, porque contar la historia de la violencia sexual durante el conflicto armado colombiano es también hacer historia de lo que pasó después, de lo que pasa ahora, de las mujeres que resisten. El tiempo en el que escribimos es para Colombia un momento de transición y, si bien la guerra no ha cesado, se han abierto nuevas posibilidades tanto de escritura como de construcción de un país que puede ser distinto. Durante años

trabajamos a partir de denuncias de mujeres víctimas de violencia sexual, e intentamos poner en nuestros relatos todo lo que nos tocaba, nos impresionaba, lo que empezábamos a aprender. Hablamos de madres con miedo de que a sus hijas también las violaran, de mujeres que callaban, de embarazos causados por las violaciones, del desplazamiento forzado. Narra mos cómo al dolor del cuerpo expropiado se sumaba la pérdida de la tierra, de las gallinas, las vacas y los sembrados. Escribimos sobre mujeres que se quedaban solas, que eran amenazadas, que cargaban con el peso
de la culpa y del estigma.

 

Con el tiempo empezamos a notar que, a pesar del horror de las historias, estaba la fuerza de las mujeres y su admirable capacidad de seguir viviendo. Entonces el sentido de nuestros escritos cambió. No dejamos nunca de mostrar el horror porque el horror debe ser contado, pero empezamos a contar, también, la resistencia. Escribimos relatos de una violencia sexual que no deja de doler, que tiene consecuencias graves y que no se olvida, pero que no acaba con la vida de las mujeres. Escribimos sobre mujeres que dejan el miedo, que se reconcilian con sus cuerpos y que vuelven a salir a la calle y a disfrutar el sexo. Sobre otras mujeres que encaran a la tristeza, que se acompañan unas a otras, que encuentran fuerza en sus piernas, en sus hombros, en sus dientes, mujeres que llevan en las venas la sangre de generaciones de mamás y abuelas resistentes. Como resultado nos quedó esta colección de relatos que son la evidencia de cómo aprendimos a respirar bajo el agua de las lágrimas, del sudor y de los fluidos, cómo hacernos agallas y no morirnos, aunque todo alrededor esté inundado.

Para esta publicación cambió también nuestro proceso de escritura, ya que no trabajamos a partir de denun-
cias, sino de escritos de otros formatos. Con Vean vé, mis nanas negras, de Amalia Lú Posso Figueroa, hicimos el ejercicio de escribir desde alguna parte del cuerpo; pensamos en cómo ese lugar había sido un escenario de violencia, dolor o inseguridad y cómo se había convertido, con el tiempo, en una fuen- te de fuerza. Leímos fragmentos de Monólogos de la vagina, de Eve Ensler, así como partes del informe del Centro Nacional de Memoria Histórica, La guerra escrita en el cuerpo, y escribimos a partir de algunas de sus historias. Otro día, tomando como base Corazón coplero, nos divertimos haciendo coplas. Algunos de nuestros escritos resultaron, además, de experiencias personales. Nos dimos cuenta de que nosotras mismas teníamos varias cosas que contar, las hablamos en las sesiones y las escribimos juntas.
 

Cuando iniciamos el proceso editorial nos enfrentamos a un reto que jamás nos hubiéramos imaginado: una pandemia. Aún quedaba mucho trabajo por hacer y tuvimos que reinventar la forma de construir esta publicación. Así, para el proceso de ilustración decidimos darle total libertad a las ilustradoras, buscamos a diferentes personas, algunas que no habían sido parte del proceso de creación de los textos, y esperamos que plasmaran sus propias interpretaciones y sentires. Finalmente, trabajamos en una guía en la que proponemos algunos ejercicios para compartir nuestros aprendizajes, experiencias y procesos, con el deseo de que lleguen a más personas y habiten otros lugares, otros cuerpos.

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